Orientada a poniente y resguardada de los vientos por la cima del monte Zulum, se viven en Abanilla cálidos inviernos y muy calurosos estíos, lo que unido a las escasas precipitaciones ayuda a dibujar una paisaje árido donde matorrales y tomillares conviven con vides, olivos, palmerales y almendros.
Se le conoce como la Palestina Murciana, ya que junto a sus ramblas, aprovechando la escasa humedad de sus suelos crecen palmeras, formando pequeños oasis y desérticos paisajes. Salomón hace mención de ellas en la biblia, comparándolas a la belleza de las mujeres, las palmeras son una poesía al paisaje, que evocan lugares lejanos de oriente.
Tiene una superficie de 235,62 Kilómetros y cuenta con una población de 6.569 habitantes aproximadamente. Está situado a 222 metros de altitud sobre el nivel del mar, siendo el punto más alto la Sierra del Cantón (876 m). Veinticinco caseríos, aldeas y pedanías salpican el término municipal de Abanilla, donde se asienta la mitad de la población; construidas muchas de ellas a principios del Siglo XIX, a partir de las subastas de los terrenos considerados de Realengo. En los últimos años muchas de sus casas, cuevas o cortijos abandonados, están siendo rehabilitados como segundas viviendas o residencias de extranjeros, atraídos por el excelente clima y la tranquilidad. Las pedanías más importantes son Barinas con 936 habitantes, Mahoya con 609, Macisvenda con 594, Cañada de la Leña con 141, El Partidor con 126 y El Cantón con 103; en muchas de estas pedanías se han creado viviendas destinadas a alojamientos rurales, así como restaurantes para degustar la gastronomía típica.
Tiene un destacado medio natural, pero degradado con abundantes canteras. Siendo el municipio de la Región de Murcia con mayor densidad de canteras de áridos y derivados del mármol como la caliza marmórea, también cuenta con canteras de yeso.
Entre los lugares de interés de Abanilla destacan el Lugar Alto, con el monumento al Sagrado Corazón de Jesús y resto de la muralla, el Santuario de la Santa Cruz en Mahoya y la Iglesia Parroquial de San José.
También merecen una visita el paraje de Sahués, el nacimiento del río Chícamo, del que es un afluente el río Zurca, en Macisvenda. Dicho río, principal en la historia de la Santa Cruz, actualmente se encuentra seco a su paso por Abanilla.
Por la Sierra de Quibas podemos encontrar las ruinas de la ciudad de Al Banyala y también el yacimiento paleontólogico de Quibas, que data de antes del final del Pleistoceno inferior, con una antigüedad de más de un millón de años, gracias a estos vestigios arqueológicos sabemos que Abanilla fue un asentamiento consolidado. Este yacimiento ha sido declarado Bien de Interés Cultural por su abundante y variada fauna, más de 60 especies de reptiles, mamíferos, anfibios y aves.
De la Edad de Bronce, encontramos hallazgos de actividad en el yacimiento de “El Morterico”; Tras la colonización griega, se desarrolla en la península lo que conocemos como cultura ibérica (siglos V y VI a.C) dejando a su paso por Abanilla, una serie de descubrimientos de poblados que se constatan por los fragmentos encontrados de cerámica y algunos trozos de “pilum” o lanzas de hierro.
Durante la dominación romana estas tierras fueron de paso entre las termas de Fortuna, Archena y la Vía Preparatoria que pasaba por Yecla y Pinoso. El descubrimiento en 1957 de una villa romana de carácter agrícola en la pedanía de Sahués, proporcionó numerosas piezas, parte de las cuales se conservan en el Museo Arqueológico de Murcia.
En el año 779, el califa Abderraman I conquista la zona de los visigodos instaurando una provincia con los términos actuales de Murcia y Alicante, cuya capital sería Orihuela y que se mantendrá hasta 1031.
Tras la Reconquista del Reino de Murcia, Jaime I El Conquistador dona la villa a la familia Rocafull para luego arrebatársela a favor de la Orden de Santiago, como premio a los servicios prestados. En 1281 los Rocafull reclaman la villa ante la Corte de Castilla, consiguiendo de nuevo su pertenencia. Años más tarde una serie de avatares obligan a ceder el señorío a la Orden de Calatrava, bajo cuyo dominio se produce la conversión masiva de todos los mudéjares. En 1856 se produjo el desligamiento de Abanilla a la Orden de Calatrava, lo que supuso su apertura e integración plena en la vida del país.
La actividad agraria continúa teniendo un papel destacado en la economía de Abanilla, pero es sobre todo la industria extractiva la que tiene mucha población empleada, ya que éste es el municipio de Murcia con mayor densidad de canteras, tanto de áridos como de derivados del mármol, como es la caliza marmórea.
Abanilla comienza a despertar del profundo letargo en el que quedó sumida tras la crisis de los años 50 y 60 por la tradicional industria del esparto o capacho, la despoblación o la emigración. Durante estos años ha subsistido gracias a la agricultura, fundamentalmente de secano, cultivando viñedos, almendros y olivos, así como a la explotación de las canteras situadas en su zona norte.
Dentro de la villa de Abanilla, nos sorprende su casco antiguo, estupendamente conservado, formado por un laberinto de estrechas callejuelas que se agolpan en las proximidades del castillo. En ellas podemos encontrar nobles edificios, entro los que destacan el Ayuntamiento, la Casa Cabrera, la casa de la Encomienda o de los Diezmos, la casa Pintada y la
Otro lugar que resulta interesante visitar, es el Sagrado Corazón de Jesús, se accede a través de una interminable y empinada escalinata, que nos lleva hasta la escultura y a unas vistas espectaculares desde donde se divisa todo el pueblo con gran majestuosidad.
Las fiestas patronales de Abanilla, en honor a la Santísima Cruz, tiene lugar a principios de mayo. El día 1 se celebra el desfile de moros y cristianos, uno de los de mayor solera y arraigo en la región. El día 3 se celebra la popular romería a la ermita de la Santa Cruz, en Mahoya, declarada de Interés Turístico Nacional, a la que acude una gran cantidad de público, con gran despliegue de arcabucería y volteo de banderas. Los abanilleros se precian de conservar en dicha ermita unas astillas que, según la tradición, pertenecieron a los maderos en que Jesucristo fue crucificado.